Una mujer que es ama de su casa no tiene remuneración, ni suele gozar de reconocimiento social. Es un trabajo de 24 horas que dura 365 días al año, que no tiene vacaciones ni conoce el despido, que requiere saber de todo, ser cocinera, maestra, niñera, entrenadora, guardaespaldas, doctora, secretaria, guardia de la noche y del día.
La carga de trabajo está determinada por los miembros la familia, el tamaño y la ubicación de la vivienda, por el estatus social del que se goce . Además el horario de mayor trabajo es altamente fluctuante pero, sobre todo, nunca cesa.
El trabajo doméstico es socialmente invisible desde el momento en el que aquellas mujeres que se dedican a él son consideradas como inactivas en censos y en estadísticas. No es un trabajo remunerado y prácticamente está exento de un verdadero reconocimiento.
A pesar de que emocionalmente puede dársele valor hay núcleos familiares y sociales que no contemplan la importancia y dificultad de conducir una familia cada día y sin descanso.
Limpiar, planchar, hacer la compra, cuidar de la pareja, de los niños o de los hijos cuando son mayores, tener a punto las comidas perfectas, mantener la igualdad y la paz en el reino. Todo ello sin pestañear.
Y no solo eso, sino que el ama de casa llega incluso a dejar en segundo plano su propio cuidado. En este sentido, dejar de cuidarse es un error demasiado común que muchas veces deriva en consecuencias no demasiado positivas para el ánimo y el sentir de una mujer. En conjunción con la falta de reconocimiento, esto puede dar lugar a problemas de ansiedad, depresión y síntomas somáticos.
Es hora de que les otorguemos el poder y el reconocimiento que les corresponde pues, sin duda, es uno de los trabajos más duros, más imprescindibles y más entregados que existen.